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29 junio 2021

El populismo es una quimera

El populismo es una quimera no solamente por el contenido ilusorio de su discurso, sino también por su configuración híbrida.

Su presencia y su acción han ido cubriendo todos los aspectos del país de un magma sofocante y destructivo qué hoy amenaza hundirnos definitivamente en la miseria y la desesperanza.

Como hemos llegado hasta este punto? ¿Cómo se alcanza tamaña degradación?

Aceptando un paternalismo dadivoso que poco a poco fue corroyendo la dignidad y la empatía, necesarios ingredientes de una sociedad republicana integrada por hombres libres. Bajo la bandera de una mítica justicia social fue instalando invisibles cadenas de dependencia.

El estado creció y fue refugio de una clase dirigente estéril y parasitaria. Por otro lado se fue anulando la capacidad personal de gestionar la propia vida, de ser agentes activos en la construcción del futuro..

Hace casi 100 años este abominable  proceso crece  y se acelera, en la misma medida que degrada a sus protagonistas en un declive decadente de vicios y pasiones.

Mientras tanto los hipotéticos beneficiarios claudican, renunciando a la libertad y, en consecuencia, a la dignidad,abdicando el trono  soberano de ciudadanos de una república, en el vano fuego fatuo de una redención trucha.y chabacana.

De esa manera la mitad de la población argentina ha quedado a merced de la cruel incertidumbre de un día a día poblado de necesidades básicas insatisfechas y despojado de cualquier futuro, de cualquier esperanza, de cualquier ilusión que se aparte del derrame qué un hermano grande perverso regula según sus mezquinos  intereses.

Vivimos en una pesadilla. Un sueño en el que se anulan arbitrariamente las leyes básicas sobre las que se apoya la convivencia republicana.

Esa convivencia republicana necesita que cada ciudadano actúe y se exprese soberanamente, con la misma autoridad y fuerza de voluntad con que un monarca dirige los destinos de un reino.

Si los ciudadanos delegan ese poder real, que está prorrateado entre todos, deja el camino libre a los aprovechadores, vivillos ventajeros, qué se proclaman representantes del pueblo dispuestos a aceptar la delegación de ese poder. Ese grupo termina ejerciendo el poder contra los mismos que se lo han entregado.

Así vemos hoy que el estado ha sido colonizado, qué ha sido puesto al  servicio de una casta, de una asociación, que se apropia de bienes y derechos, a la que la pandemia ha favorecido hasta grados insospechados.

¿Cómo salir de esta trampa?

En primer lugar, suprimiendo la pretendida delegación de poderes del ciudadano soberano, y volviendo a ejercer plenamente la ciudadanía.

¿Cómo? 

Inmediatamente, animando una conversación comprometida y leal a lo largo y a lo ancho del país.

Una conversación que nos sane de las falsas antinomias que se nos han impuesto. Una conversación en que cada uno contribuya con lo que tenga, con lo que pueda. Con la palabra o con la escucha.

Una conversación interesada en el otro, que expresa el respeto por el otro. Una conversación desde lo que tenemos en común, desde los valores que compartimos, con la convicción de que nadie gana  derrotando al otro. Sólo ganamos todos juntos, cuidando el tejido social, cuidando una relación amistosa permanente con el otro, que hace posible la negociación y el acuerdo.

                       

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