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23 abril 2015

EL VALOR DEL EJEMPLO


 

En las primeras décadas del siglo pasado, se produjo un hecho extraordinario. El advenimiento de la mayoría de la población al proceso político. Esas multitudes se identificaron bajo diversos lemas: el pueblo, las masas, la mayoría popular.

Las sociedades se agitaron bajo el impulso del ingreso de millones de hombres a actividades, servicios y oportunidades, en lo económico, lo social y lo político.

Esa emergencia produjo desafíos que todavía no tienen respuesta. Entre los muchos pendientes, en esta nota quiero ocuparme de un factor aglutinante y organizador de la vida en sociedad.

Nuestro aprendizaje se basa en gran medida en la imitación. Observamos y repetimos. Todo docente sabe del enorme valor pedagógico del ejemplo. Históricamente las conductas se moldeaban a través de la imitación de los patrones que la élite expresaba. La aristocracia generaba modelos a seguir. Así el héroe, el santo, el sabio constituían altos referentes los cuales señalaban rumbos y destinos que nutrían el imaginario de los pueblos.

Pero la emergencia de las masas, configura sociedades donde todo es más horizontal, hay un menor reconocimiento de las excelencias como factor diferenciador.

Vemos todos los días, que las minorías, que deberían ser faro y guía, resignan su noble responsabilidad y se banalizan, confundiendo muchas veces las maneras llanas, alejadas de los modos cortesanos, con un mal gusto tan grosero y chabacano, que convierte a la guaranguería en una competencia del sin sentido y la procacidad.

El núcleo de este dilema es que en la medida en que presenciamos la expansión inédita de los derechos humanos, civiles y sociales, se abre una brecha con los deberes correlativos que deben equilibrarlos, para que funcione al principio que delimita mi arbitrariedad al encontrarse con el espacio del otro.

Ese vínculo con el prójimo en la eterna competencia entre libertad e igualdad, solamente puede salvarse, en la dimensión fraterna y solidaria que nos tiene que reunir en la construcción de una sociedad de iguales.

Ya no valen exclusivamente los ejemplos que descienden del olimpo, sino que cada uno de nosotros es portador de la custodia, responsable del cuidado del otro que, debemos entender de una vez, está a cargo nuestro. Y mutuamente.

LA ejemplaridad democrática, es la expresión que acuño Javier Lanzón, para distinguirla de la antigua versión aristocrática. Una metáfora clara de lo que significa es la escena de alguien que, en la calle de un país con valores, observa a otro que deja caer el envoltorio de un caramelo. Se adelanta, levanta el papel y le dice cortésmente: –Disculpe, creo que esto que se le cayó, le pertenece–

Sin duda que es una escena de ficción, pero debemos dejar de pensar que es ridícula y empezar a darnos ejemplo entre nosotros, si queremos que las cosas cambien y podamos vivir mejor.

Al decir ejemplos, se trata de buenos ejemplos, porque de malos ejemplos ya tenemos demasiados, muchos provenientes de las minorías dominantes, empoderadas pero faltas de grandeza.

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