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26 noviembre 2020

¿Una caminata aleatoria?

 

Dr. Hugo Oscar Ambrosi

 

Box descubrió la estadística por accidente. De hecho, él decía que era un "estadístico accidental”, debido a que antes estudió química, fue a la guerra, trabajo como ingeniero

 

Se aproxima el final del año 2020, que ha sido caracterizado por el desarrollo de COVID19, la enfermedad que, por su propagación mundial, ha sido catalogada por la OMS como una pandemia.

Como consecuencia de la enfermedad, por un lado, y de las medidas adoptadas para combatirla por otro, la forma de vida y las condiciones económicas se han visto afectadas de tal manera que es opinión generalizada que sus efectos provocaran cambios permanentes de una naturaleza y magnitud no previstas.

Todas las actividades humanas deben replantear sus prácticas. Para responder a las nuevas demandas y adecuarse a los nuevos formatos de intercambios sociales.

Demandas e intercambios tienen para nosotros, los estadísticos, significados bastante claros. La información estadística demandada por un problema como la pandemia, es un recurso crítico para controlarla. Las estadísticas relevantes, oportunas, confiables y accesibles enervan el cuerpo social, y hacen posible la toma de decisiones basadas en la evidencia y la evaluación participativa de resultados.

Hemos podido comprobar durante el desarrollo de COVID19, la importancia conceptual de la información sobre la enfermedad para el diseño y evaluación de las medidas destinadas a controlarla, atenuar consecuencias indeseables y justificar las restricciones aplicadas a la sociedad.

Los descomunales errores sobre casos y muertes estimados, que fueron difundidos a comienzos de la pandemia y rubricados desde importantes centros científicos, nos obligan a subrayar la enorme vigencia de la afirmación de George Box, que declaro:  que "en esencia, todos los modelos están equivocados, pero algunos son útiles”. Hay que tener en cuenta la enorme humildad científica que le permite resignar la inefable búsqueda de la verdad, dando lugar a la utilidad, más modesta pero efectiva como fuente de satisfacción.

Mientras la verdad no es un objetivo de la ciencia, como señaló Pearson, sino la verosimilitud, cuyo valor es relativo a la evidencia, la utilidad indica satisfacción respecto a diversos criterios, que expresan los valores preferidos por unos u otros interesados en el problema. La discusión que abre la abierta incorporación de los valores a la resolución de los problemas, tiene consecuencias epistemológicas, morales, sociales y políticas.  

Esas cifras aventuradas, no solo no fueron útiles, sino que fueron altamente perniciosas, porque expandieron el miedo, a través del planeta, como una segunda y agobiante patología, que nos arrojó al aislamiento.

Más tarde se supo también, en nuestro país, que los datos básicos utilizados en la formulación y evaluación de las medidas adoptadas, contenían gruesos errores que le quitaban todo valor a los razonamientos basados en ellos.

Claramente tenemos en esas dos claudicaciones –de los modelos y de los procedimientos de medición– un claro desafío a nuestras capacidades y responsabilidades en el campo de las estadísticas sanitarias.

El punto es definir si estamos de acuerdo en asumir esas responsabilidades, mediante una oferta activa de “modos amplios y flexibles de razonamiento que permitan que las personas inteligentes sean más inteligentes en todos los aspectos de la vida y el trabajo”. (David Moore).

Si aceptamos ese compromiso, debemos preguntarnos si nuestra preparación y desempeño son los  que la sociedad necesita para enfrentar los problemas que tiene que atender ahora y en el futuro próximo, muchos de los cuales COVID19 ha agudizado.

Tal vez sea oportuno recordar que los problemas fueron la incubadora de los métodos estadísticos. Las áreas más dispares han jugado papeles fundamentales, motivando el desarrollo de la que hoy es el corpus conceptual de la Estadística. Así:

·         Las necesidades económicas y militares de los Estados incitaron, desde tiempos muy remotos, la realización por éstos de censos de su población y de sus riquezas.

·         Las piraterías berberiscas en el Mediterráneo motivaron el desarrollo de los seguros marítimos, con sus problemas asociados de evaluación de riesgos.

·         El gran interés por los juegos de azar motivó, sobre todo a partir del siglo XVII, el desarrollo teórico del Cálculo de Probabilidades.

·         La Teoría de Errores se desarrolló inicialmente en conexión con problemas aparecidos en el área de la Astronomía;

·         la Teoría de la Correlación surgió en el contexto del estudio de problemas biológicos;

·         la teoría del Análisis Factorial aparece en el campo de la Psicología;

·         la teoría de los test Chi2 en el de la Sociología;

·         la del Diseño de Experimentos en el de las Ciencias Agronómicas;

·         la del Análisis de series temporales se desarrolla especialmente en el de la Economía y Meteorología;

·         etcétera…

Es decir, los problemas rigen el desarrollo de la Estadística y por lo tanto es fundamental poner atención en los problemas dominantes en nuestros días y en nuestro país.

Hace muchos años se viene observando una tendencia a conceder la centralidad de la atención a las técnicas, variadas y numerosas, que se multiplican en un ambiente que podríamos denominar endogámico. Ya Bradley Efron, en su trabajo seminal sobre el bootstrap se refiere al encierro matemático en el que se desarrollaba la estadística. Precisamente su trabajo señalaba, como efectivamente lo es, una salida a ese encierro.

Esa actitud, afecta además la identidad y la imagen social de los estadísticos y en consecuencia de la estadística. Varios presidentes de la American Statístical Association en las últimas décadas han expresado sus opiniones, desde distintos ángulos, sobre  la cuestión de la identidad y la imagen social de la profesión.

Jerome Cornfield, ya en 1974, se preguntaba

-¿Qué son las estadísticas y hacia dónde van?

Y a continuación agregaba con humildad, citando a Dean Acheson

"¿Qué sé, o creo que sé, por mi propia experiencia y no por ósmosis literaria?" Una respuesta honesta sería: "No mucho; y no estoy muy seguro de la mayor parte de ella”.

No es necesario aclarar que adhiero plenamente a ambas cuestiones, y les reconozco plena vigencia entre nosotros.

A continuación, sintetiza el problema al que me refiero, en la siguiente escena imaginaria:

“Comenzaré por suponer un crítico no estadístico, tal vez un integrante de un comité de búsqueda de Estadísticos, al que le impacta lo que él llama el carácter dependiente de la estadística. Todas las demás asignaturas del currículo de Artes y Ciencias, explica, aparecen independientes, pero la estadística no. Aunque utiliza las matemáticas, sus criterios de excelencia no son los de las matemáticas, sino más bien el impacto en otras materias”.

“Del mismo modo, mientras que otros sujetos se preocupan por acumular conocimiento sobre el mundo externo, los estadísticos parecen preocupados sólo por los métodos de acumulación de conocimiento, pero no por lo que se acumula. No niego, dice, que tal actividad puede ser útil (aquí se estremece), pero ¿por qué alguien querría hacerlo?”

Más adelante dice: ¿Como eligen su profesión los Estadísticos? ¿Es simplemente el resultado de una caminata aleatoria o hay elementos importantes de racionalidad en ella?

En el mismo sentido se expresó George Box, cuya autobiografía se titula: “An Accidental Statistician: The Life and Memories” Decía que descubrió la estadística por accidente, de hecho, él decía que era un "estadístico accidental”, debido a que empezó estudiando química, pero antes de finalizar la carrera, en 1939, abandonó sus estudios para alistarse en el ejército británico durante la Segunda Guerra Mundial. Comenzó trabajando como ingeniero.

Cornfield concluye con una nota de optimismo: “Estoy convencido de que el resultado de la caminata aleatoria que me hizo estadístico era inevitable. El único estado que era absorbente eran las estadísticas, y me complace que el tiempo transcurrido fuera tan breve, en lo que a mí respecta”.

La pregunta que hizo Cornfield por el lugar de los Estadísticos en la Facultad de Artes y Ciencias, parece haber sido recogida por David Moore, quien argumentó ya en 1998,  en favor de la Estadística como una de las Artes Liberales

A fines del siglo pasado Moore señalaba que, en comparación con la generación anterior, ahora es más probable que la formación de los estadísticos enfatice el trabajo con datos, el diseño de la producción de datos y el razonamiento y las limitaciones de la inferencia formal. El pensamiento actual en educación estadística, decía es consistente con la visión de la estadística como arte liberal. Las presiones que han cambiado el contenido de los primeros cursos (en USA) no son retóricas, son concretas: la tecnología ha forzado a enfocarse en lo que no está automatizado, poniendo la atención sobre las grandes ideas y las estrategias generales para tratar con datos, variación y azar.

La importancia de los datos, la omnipresencia de la variación, la importancia de la producción de datos, observación versus experimentos, la medición y el modelado de la variabilidad, pueden correctamente describirse como herramientas intelectuales ampliamente aplicables.

Este texto surgió considerando que el año próximo se cumplirán 40 años de la incorporación de los Estadísticos al Consejo Profesional de Ciencias Económicas. Así se concretaba un largo anhelo en búsqueda del reconocimiento profesional, cuya concreción logró la vieja Asociación de Graduados en Estadística de Rosario. Todavía hay mucho trabajo para hacer en esa dirección. Sin embargo, enfocar a la Estadística como un arte liberal, como disciplina del pensamiento y del espíritu, es una forma de vinculación social más profunda que pone de relieve los aportes culturales de la estadística.

Estoy convencido que es oportuno hacer este balance, especialmente en nuestro ámbito local, en un momento en que la pregunta es si los estadísticos serán superados, abrumados por la tecnología, hasta el punto de convertirnos en una rama menor de la ciencia de la información.

Eso puede ocurrir si restringimos nuestras aspiraciones abordar sólo problemas técnicos. Es decir, si nos centramos en darle vueltas a los problemas de la estadística y no a lo que la estadística puede hacer con los problemas reales.

Considerar la estadística como un arte liberal es recordarnos que no necesitamos ser simplemente “nerd”. Basta tener presente que si uno usa la tecnología para hacer las mismas viejas cosas obtendrá los mismos viejos resultados. Para cambiar eso hay que agregar pensamientos nuevos a la nueva tecnología. Porque la tecnología da poder, pero el pensamiento lo utiliza y dirige.

La estadística involucra distintas y poderosas formas de pensar que no permiten que sea devorada por la tecnología de la información.

La revolución de la computación y las comunicaciones nos enfrenta con muy grandes masas de información muy desordenada.

El pensamiento estadístico ofrece simples, pero no intuitivos instrumentos para recortar la masa de datos, ordenar el desorden, separar el sentido del no sentido, seleccionar lo poco relevante de lo mucho irrelevante.

Es más, cualquier revolución implica que enfrentemos nuevos problemas que requieren modos de razonamiento generales y flexibles. Como dijo Bob Hogg “la estadística es una guía a lo desconocido”

 Y como arte liberal es, a largo plazo la más útil forma práctica que puede tomar nuestra disciplina.

 

 

 

 

 

03 noviembre 2020

La carta


La carta ha resultado muy reveladora. La corresponsal fue, como siempre, autorreferencial, egoísta y presumida. Enajenada por la compulsión de creer que tiene domicilio en la historia y que debe exhibir, a cada paso, la naturaleza excepcional del personaje que ha inventado. El centro alrededor del que giran todas las cosas.

Es como si su vida, sus dolores, sus problemas y sus incomodidades, la hicieran distinta, ajena a los comunes mortales y predestinada a llevarse todo por delante, sin renunciar siquiera a su naturaleza guaranga, qué pretende imponer porque le place. Reclamando sin linaje y sin razón, un reconocimiento cortesano, a su realeza de carnaval.

En el primer párrafo se constituye en suma sacerdotisa del culto a él. Solo nombrado con el escueto recurso del pronombre, pretende sacarlo de la escala humana común, y lo propone como una suerte de extraño y curioso personaje, que hizo de las trapisondas, enjuagues trampas, chantajes, frutos de su avaricia, una especie de juego de máscaras donde nadie sabe quién es quién, ni quién se lleva qué, ni cuánto se lleva el que se lo lleva.

En medio de su espantosa soledad de vestal desocupada, perdida toda noción de realidad, ajena totalmente a la presencia del otro, ni la muerte ni la miseria,  aparecen registradas por su conciencia, absorta en eludir tribunales y evitar un futuro de mazmorras.

El universo y ella, siguiendo los oscuros designios de él. Eso es todo. ¿Qué más hace falta?

Después de ese ofertorio pagano y mitológico, las expectativas sobre lo que sigue resultan ampliamente superadas por una pluma entusiasta a la que, si algo le sobra, no es precisamente la prudencia, la reflexión y la racionalidad.

La emprende sin que le tiemble la mano nada menos que con el asunto de la certeza. La certeza,  esa condición tan alejada del humano transcurrir, tan imposible de alcanzar, tan ajena a nuestra mejor forma de entender el mundo, la ciencia que nos conforma sólo con conjeturas sujetas a continua y permanente verificación.

Pero ella atropella el espacio de las dudas dónde nos debatimos los comunes mortales, donde buscamos encuentros y convergencias, Aunque sean breves y pasajeros. Y los transforma en sentenciosos dictámenes, dónde quedan fuera de toda duda solo sus propias y pretenciosas afirmaciones, y rompe en consecuencia cualquier vislumbre de diálogo, , de apertura, de conciliación.

Lo único tranquilizante, a medias naturalmente, es que sus afirmaciones están absolutamente vacías de contenido, no dicen nada porque no se dirigen a nada ni pretenden hacerlo. Son  solamente humo, artificios más o menos coloridos, de un folklore caduco y agónico.

Que el presidente preside es una obviedad. Que nadie puede condicionarlo es una estupidez, un insulto a la inteligencia. Sobre todo dicho por ella. Que hizo del carpetazo un arte de la guerra.

Otra ocurrencia es su alquímica pretensión de convertir graves acusaciones en meras formalidades, a lo sumo desprolijidades. 

Como si las formas no tuvieran un valor en sí mismas. Pero no es el caso detenerse tampoco en su singular metafísica de la forma. Mejor recordar que es lo que pretende dejar fuera del foco de atención, parodiando las maneras en la mesa, cuando en realidad nos debe explicaciones sobre asuntos sustantivos, tan sustantivos cómo bolsos, cuadernos, y hoteles. 

Si esas son sólo formas que critican mentes rígidas y poco flexibles, tenemos un enorme problema. Que no termina por su voluntarista decreto unilateral qué reduce todo a desprolijidades guarangas.

La tercera certeza, según su pretenciosa dialéctica, basada en un encadenamiento discursivo de falsedades, pretende levantar la bandera de un acuerdismo tardío, que no le interesó practicar nunca. Ni antes durante 12 años ni ahora durante 10 meses. 

Una ladina tendencia a desplazar la culpa hacia los otros desmiente la falacia perezosa, desganada, que transmiten sus palabras cuando simulan  una convocatoria a todos.



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