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15 mayo 2019

Conversando se entiende la gente



Difícil es, sin embargo, atraer a esta costumbre a los hombres de mi tiempo, quienes no tienen el valor de corregir, porque carecen de fuerzas suficientes para sufrir el ser ellos corregidos a su vez; y hablan además con disimulo en presencia los unos de los otros. Montaigne

Conversación.   ¿Conversar? ¿Entre nosotros…?  ¿Con ellos…?  ¿Conmigo mismo…?
Sería difícil encontrar algo tan extendido, al alcance de todos, que se manifiesta en cualquier circunstancia. Y desaparece cuando menos se lo espera.
Desde la charla balbuceante del bebé que, en su impotencia verbal, traduce sus declaraciones, reclamos y protestas en llanto, hasta las últimas palabras dichas al oído o expresadas sujetando la mano afectuosa que acompaña. Desde la cuna a la tumba, toda la vida es una conversación. ¿Cuántas veces con nosotros mismos? ¿Cuántas noches nos preguntamos, nos decimos, nos prometemos, nos reclamamos? ¿O rogamos, rezando, implorando, a Dios, al Universo, a la Vida, al Amor?
¿Cuántas veces esos curiosos y maravillosos momentos en que nos alcanza la felicidad, ocurren en medio de una conversación que celebramos con un amigo?
¿O los sentimos después de resolver un enojo, malentendido, confusión, mediante una charla sanadora? Con alguien al que nos unían -o separaban- ofensas, deudas, promesas, establecidas entre nosotros por palabas dichas o calladas, reclamos presentes, explicaciones ausentes, disculpas o perdones callados.
Argentina conversa surge del reconocimiento de la urgencia de conversar sobre lo que nos pasa a los argentinos, de nuestros tropiezos y dificultades, pero también de nuestras fortalezas, de nuestro potencial. Con el corazón abierto y la mano tendida, para aceptar nuestras diferencias y propiciar el “desarme” de los argumentos alimentados por la intolerancia que, a veces, ha llegado a mostrarse con el rostro desesperado del odio.
La conversación contiene todo. Trasciende el diálogo que es asociativo en la elaboración de un pensamiento.  O el debate que busca tomar una decisión. Y con mucha más razón la polémica, que se propone la derrota del interlocutor.
La conversación es la forma más pura del contacto social, que nos hace humanos. Se conversa en la cocina, en los zaguanes, en el café, en la plaza. No plantea cuestiones de género. Las mujeres superan a los hombres en aprovechar las oportunidades para conversar.
Como bien dice Oakeshott: “En una conversación los participantes no se comprometen en una investigación o un debate; no hay que descubrir una 'verdad', ni probar una hipótesis ni sacar una conclusión. No tienen el propósito de informar, persuadir o refutar al otro y, por lo tanto, la evidencia de sus expresiones no depende de que hablen en la misma forma (en el “mismo idioma”): pueden diferir sin discrepar.
En la retórica es necesario cuidar que, en el fragor de la discusión, no se cometan falacias, que frecuentemente se dirigen a descalificar al interlocutor y no a responder sus argumentos. 
En cambio, la conversación es convocada para estar juntos. Lo que se habla aparece como el ejercicio, la práctica de estar juntos y “dar vueltas”.
Los diferentes resultados logrados tienen en común ser producto del encuentro de los interlocutores, alimentando la conversación. Al final, las partes se despiden satisfechas de los intercambios y predispuestas a volver a encontrarse.
Cada una seguirá pensando, y en ese pensamiento que sigue, sacará provecho de los materiales (datos, opiniones, interpretaciones) que la conversación ha dejado en la conciencia de los participantes.  Y el aprendizaje continua.

El musculo de conversar

La conversación no tiene un local ni vidrieras. Surge en l diversos lugares. En la cocina conversan las   vecinas, que aprovechan para pasarse recetas o prestarse harina. En la peluquería el barbero es el anfitrión del fútbol, la política y las carreras. En el café se repite diariamente el encuentro, en diferentes mesas, de conversadores habituales.    
¿Puede pensarse en los todopoderosos medios digitales como la base de un “conversatorio” político?
De nuevo surge la pregunta ¿qué es la conversación? Anteriormente hice una descripción de cómo la conversación es un acto básico, que nos constituye como seres sociales. Ese acto básico consiste en el empleo del lenguaje que pone en contacto a dos individuos separados, dos historias, dos mentes, que se descubren y a partir de ese momento entablan intercambios en un plano que trasciende lo físico más rudimentario.
Es el encuentro, en la comunicación, de un abanico de posibilidades sobre las cuales quizá es innecesario detenerse. Sin embargo, vale la pena poner atención en la diversidad de formas que puede tomar esa comunicación establecida entre dos o más emisores/receptores. Los actos del lenguaje que se produce en ese espacio son diversos y dependen de las funciones del lenguaje, del contexto y de la situación.
¿Cómo caracterizar entonces al concepto de conversación e identificarlo, si lo es, de otras formas, modos de funcionar del sistema de comunicaciones?
Lo dicho va en dirección a lo expresado por Mc Luhan cuando afirma “el medio es el mensaje”. En ese sentido la conversación se caracteriza por poner el acento en la comunicación, en desarrollarla y mantenerla, lo que podría reflejarse en la expresión que dice “mantener la línea abierta”.
De esa manera la conversación aparece como una primera capa sobre el lenguaje. Sobre esa primera capa se representarán la diversidad de actos de lenguaje dirigidos a objetivos específicos, como informar, advertir, convencer, demostrar, etcétera
Vistas así las cosas, la conversación aparece como el sistema operativo, el programa, o conjunto de ellos, que gestiona los recursos disponibles: vocabulario, saberes, experiencia y deseos proporcionando  el soporte necesario al pensamiento y a la acción. También puede ser vista
la conversación como el músculo que impulsa, moviliza, detiene, sostiene, las acciones del cuerpo.
El desarrollo y fortalecimiento de ese “músculo” requiere que su cuidado y entrenamiento tenga lugar lo más pronto posible. La escuela primaria tiene que desarrollar una activa preparación para la conversación, teniendo en cuenta, como se verá a continuación, en la fuerte relación entre conversar y aprender.

La mente en modo aprender


Por un lado, hay quienes enfatizan la naturaleza del conversar y ponen la atención en su desarrollo. Otros mientras tanto ponen el acento en los resultados que deben obtenerse del desarrollo de las conversaciones. Especialmente en el plano político.
Es un interesante dilema. Del que se puede salir, como de un laberinto, por arriba. Pensando así, creo que la cuestión se puede resolver considerado un enfoque que abarque ambas miradas, considerando no solo el intercambio entre los interlocutores, sino el tema de la conversación, el contexto y la situación.
Pero entonces, ¿Dónde queda la originalidad, el valor propio de la conversación? Una manera de decirlo de forma condensada, se consigue introduciendo un concepto que expresa, según mi punto de vista, el “espíritu de la conversación”.
Ese concepto identifica un estado de la mente, que podemos llamar “modo aprender”. ¿Cuál es el estado de la mente en “modo aprender”? En ese estado la mente: escucha, pregunta, duda, insiste, propone, ensaya, verifica, reinicia, espera, recuerda y sobre todo mantiene activo el canal de comunicación. Todos esos actos se producen atendiendo al contexto y a la dinámica de las situaciones en las que ocurre la conversación.
Para el conversador, el mayor valor está en mantener activa la conversación. El confía que mientras los intercambios suceden, seguirá aprendiendo, el contexto y la situación van cambiando, y por obra del aprendizaje mutuo y de las condiciones externas, pueden producirse cambios en la relación establecida sobre los temas motivos de la conversación, en cualquier dirección, acercando o alejando los pensamientos respectivos de los protagonistas.
Que, por ejemplo, pueden girar su interés hacia otras cuestiones, que   han ganado su atención como resultado de la conversación y de las circunstancias (contexto y situación). Una especie de estrategia indirecta, en el sentido de Liddell, parece gobernar una conversación. Si no se avanza frontalmente, tal vez un desvío nos puede llevar a un resultado satisfactorio.

De que vamos a conversar


Argentina conversa se propone por el camino de la conversación contribuir a la reducción de la grieta que lastima a nuestra sociedad.
La conversación es una herramienta magnífica, una disposición del espíritu que acerca, que coloca el interés en el otro, que busca aprender en el intercambio y de esa manera avanzar hacia niveles de mayor calidad en la convivencia.
Es muy importante que esa poderosa herramienta, ese músculo, aplique la fuerza en el punto adecuado. Cabe preguntarse entonces cuál es el punto adecuado, cuál es la clave de bóveda que sostiene y alimenta el fenómeno de la grieta. ¿Es sólo una cuestión retórica? ¿Se trata sólo de acrobacias verbales ejecutadas para vencer al otro?
O se trata, en cambio, de la presencia de un fenómeno tremendo, muy doloroso, con el cual venimos conviviendo durante décadas, que lastima físicamente, efectivamente, y que de ninguna manera es sólo retórica, lo que ha ido profundizando esa ruptura, esa falta de entendimiento, esa violencia a veces potencial pero frecuentemente efectiva, que hemos dado en llamar elípticamente la grieta. Como si fuera meramente un accidente geológico, como si se tratara de un descubrimiento producto del escaneo de la superficie de un planeta lejano.
Sin embargo, no es así, porque la grieta tiene una clara y definitiva explicación. Es una palabra que tuvo reconocimiento público como entidad social después del año 1980. En aquel entonces se hizo la primera medición sistemática de lo que dio en llamarse necesidades básicas insatisfechas. El recuento de la población que presentaba esas carencias, dio por resultado un número que constituyó el tamaño de la pobreza en la Argentina.
Más allá de los procesos estadísticos, empezó a identificarse un grupo de personas, los “pobres”, que fue aumentando de número de manera acelerada hasta instalarse en las últimas décadas entre un cuarto y un tercio de la población argentina.
Durante este período la Argentina tuvo momentos de crisis y otros de mejoría, pero el balance del deterioro producido en los momentos de crisis nunca fue totalmente compensado por los momentos de mejoría.
Así Argentina está partida, y no está partida porque siempre en su historia haya tenido divergencias ideológicas, que pusieron a uno de un lado y a otro de otro. Está partida por la sencilla y verificable razón de que algunos tienen demasiado poco. La desigualdad en la distribución de los bienes del país es vergonzosamente enorme.
Eso hace que entre unos y otros se abra ese abismo que parece impedir todo contacto, toda comunicación, lleno de un vacío donde de un lado sobrevive un mundo privado de esperanzas y de ilusiones y en el otro borde permanecen abrumados por el peso del dolor de esos compatriotas, quienes hacen lo que pueden individualmente para atenuarlo, cuando están próximos a ellos, pero careciendo de una reacción colectiva eficaz y decidida para hacerse cargo como sociedad del tremendo drama cuyas penurias ya cubren a dos o tres generaciones familiares.
Es necesario tender puentes, y la conversación puede ser el artífice de esas construcciones, poniendo la atención clara y nítidamente en el otro, en el que padece aquellas NBI descubiertas con el censo de 1980.
Ese puente deberá tender su arco sostenido por una empatía profunda y resistente, y la única manera que es posible comenzar a construirlo es desde los altos valores sociales y espirituales que pueden compartir quienes no sufren el ahogo de la miseria, la ingrata opresión de la privación más elemental, la del techo, la del agua, la del pan.
Satisfecho el hambre, el cobijo, el trabajo, la salud y la educación, el país todo dará un salto de crecimiento y de progreso, porque se incorporarán al esfuerzo colectivo todos aquellos que hoy triste y lamentablemente sufren el estigma de parecer, aunque no lo sean, una población sobrante.
Por esa razón nuestra conversación, si van a suturar heridas, van a fomentar abrazos, deberán arrimarse al fogón virtual de corazones fraternales.
¿Qué tema puede involucrarnos a todos? Hay quienes tiene un amplio conjunto de intereses, que trascienden la sola satisfacción de alguna carencia. Carencias que se manifiestan a lo largo de un amplio conjunto de motivaciones, desde las más intolerablemente deficitarias, al decir de Maslow, hasta las más altas de auto- realización espiritual, estética o de conocimiento.
Pero, en el otro extremo, la lucha cotidiana es por la subsistencia y las motivaciones quedan oprimidas bajo el techo de las necesidades básicas insatisfechas, del agobio de sobrevivir y tolerar condiciones inhumanas para esa vida que apenas sobrevive.
En consecuencia, quien tome la palabra deberá hablar en la lengua de los desangelados, los privados de la esperanza, nacidos en hogares con esas penas y cuyos hijos heredan el mismo triste destino.
No es simple ni fácil postergar los aguijoneos de nuestras propias demandas motivacionales, de la clara percepción sobre la urgencia de algunas cuestiones, que tienen que ver con los niveles de realización personal, altos en la pirámide de Maslow, o con procesos cuyo ritmo entendemos que tendrán efectos nefastos en algún futuro más o menos cercano.
Para el desempleado, que está desempleado hoy, no hay un proceso que lo despedirá dentro de 5 años. Es hoy.
El que tiene hambre es ahora, en este momento. No cuando el ciclo económico se vuelva más amigable, pero, tal vez, tampoco lo perdone en su miseria.
Si con sinceridad queremos hablar con todos, especialmente tenemos que hablar con nuestros compatriotas que sobrellevan una dura existencia y no han conocido otra. Esos que ven con dolor que efectivamente la sociedad los registra. Sí, los registra porque los identifica y los cuenta.  Y a partir de ahí mucha gente estudia esos recuentos. Y hacen tablas, gráficos y mapas.
Pero al barrio solo le llegan voces apagadas, que repiten ¡qué problema!, cuando no es (en tono más bajo) ¡qué peligro!
Si hay que conversar con alguien es con ese prójimo que no es “el otro”, somos “nosotros” con nuestras heridas. Esa herida a la que le dimos el nombre de grieta o fractura social, como si fuera exterior, ajena, cuando en rigor de verdad, está en cada uno. Porque somos seres sociales, existimos en sociedad. “Soy hombre y nada de lo humano me es ajeno”, decían los romanos.
La pobreza es de todos. Impacta en los cuerpos de algunos directamente, pero es un mal de todos que nos desafía a ponerle remedio con toda nuestra energía, empezando por una conversación nacional reparadora, que sirva de incubadora de las decisiones y acciones impostergables que se deben tomar.
Y así, tal vez sea posible que “conversando nos entendamos”, los habitantes de ambas riberas de la grieta.   

Hugo Oscar Ambrosi
Mayo 9 de 2019

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