Difícil
es, sin embargo, atraer a esta costumbre a los hombres de mi tiempo, quienes no
tienen el valor de corregir, porque carecen de fuerzas suficientes para sufrir
el ser ellos corregidos a su vez; y hablan además con disimulo en presencia los
unos de los otros. Montaigne
Conversación. ¿Conversar?
¿Entre nosotros…? ¿Con ellos…? ¿Conmigo mismo…?
Sería difícil encontrar algo tan extendido, al alcance de
todos, que se manifiesta en cualquier circunstancia. Y desaparece cuando menos
se lo espera.
Desde la charla balbuceante del bebé que, en su impotencia
verbal, traduce sus declaraciones, reclamos y protestas en llanto, hasta las
últimas palabras dichas al oído o expresadas sujetando la mano afectuosa que
acompaña. Desde la cuna a la tumba, toda la vida es una conversación. ¿Cuántas
veces con nosotros mismos? ¿Cuántas noches nos preguntamos, nos decimos, nos
prometemos, nos reclamamos? ¿O rogamos, rezando, implorando, a Dios, al
Universo, a la Vida, al Amor?
¿Cuántas veces esos curiosos y maravillosos momentos en que
nos alcanza la felicidad, ocurren en medio de una conversación que celebramos
con un amigo?
¿O los sentimos después de resolver un enojo, malentendido,
confusión, mediante una charla sanadora? Con alguien al que nos unían -o
separaban- ofensas, deudas, promesas, establecidas entre nosotros por palabas
dichas o calladas, reclamos presentes, explicaciones ausentes, disculpas o
perdones callados.
Argentina conversa surge del reconocimiento de la urgencia de
conversar sobre lo que nos pasa a los argentinos, de nuestros tropiezos y dificultades,
pero también de nuestras fortalezas, de nuestro potencial. Con el corazón
abierto y la mano tendida, para aceptar nuestras diferencias y propiciar el
“desarme” de los argumentos alimentados por la intolerancia que, a veces, ha
llegado a mostrarse con el rostro desesperado del odio.
La conversación contiene todo. Trasciende el diálogo que es
asociativo en la elaboración de un pensamiento.
O el debate que busca tomar una decisión. Y con mucha más razón la
polémica, que se propone la derrota del interlocutor.
La conversación es la forma más pura del contacto social,
que nos hace humanos. Se conversa en la cocina, en los zaguanes, en el café, en
la plaza. No plantea cuestiones de género. Las mujeres superan a los hombres en
aprovechar las oportunidades para conversar.
Como bien dice Oakeshott: “En una conversación los
participantes no se comprometen en una investigación o un debate; no hay que
descubrir una 'verdad', ni probar una hipótesis ni sacar una conclusión. No
tienen el propósito de informar, persuadir o refutar al otro y, por lo tanto,
la evidencia de sus expresiones no depende de que hablen en la misma forma (en
el “mismo idioma”): pueden diferir sin discrepar.
En la retórica es necesario cuidar que, en el fragor de la
discusión, no se cometan falacias, que frecuentemente se dirigen a descalificar
al interlocutor y no a responder sus argumentos.
En cambio, la conversación es convocada para estar juntos.
Lo que se habla aparece como el ejercicio, la práctica de estar juntos y “dar
vueltas”.
Los diferentes resultados logrados tienen en común ser producto
del encuentro de los interlocutores, alimentando la conversación. Al final, las
partes se despiden satisfechas de los intercambios y predispuestas a volver a
encontrarse.
Cada una seguirá pensando, y en ese pensamiento que sigue, sacará
provecho de los materiales (datos, opiniones, interpretaciones) que la
conversación ha dejado en la conciencia de los participantes. Y el aprendizaje continua.
El musculo de conversar
La conversación no tiene un local ni vidrieras. Surge en l
diversos lugares. En la cocina conversan las
vecinas, que aprovechan para pasarse recetas o prestarse harina. En la
peluquería el barbero es el anfitrión del fútbol, la política y las carreras. En
el café se repite diariamente el encuentro, en diferentes mesas, de
conversadores habituales.
¿Puede pensarse en los todopoderosos medios digitales como
la base de un “conversatorio” político?
De nuevo surge la pregunta ¿qué es la conversación?
Anteriormente hice una descripción de cómo la conversación es un acto básico,
que nos constituye como seres sociales. Ese acto básico consiste en el empleo
del lenguaje que pone en contacto a dos individuos separados, dos historias,
dos mentes, que se descubren y a partir de ese momento entablan intercambios en
un plano que trasciende lo físico más rudimentario.
Es el encuentro, en la comunicación, de un abanico de
posibilidades sobre las cuales quizá es innecesario detenerse. Sin embargo,
vale la pena poner atención en la diversidad de formas que puede tomar esa
comunicación establecida entre dos o más emisores/receptores. Los actos del
lenguaje que se produce en ese espacio son diversos y dependen de las funciones
del lenguaje, del contexto y de la situación.
¿Cómo caracterizar entonces al concepto de conversación e
identificarlo, si lo es, de otras formas, modos de funcionar del sistema de
comunicaciones?
Lo dicho va en dirección a lo expresado por Mc Luhan cuando
afirma “el medio es el mensaje”. En ese sentido la conversación se caracteriza
por poner el acento en la comunicación, en desarrollarla y mantenerla, lo que
podría reflejarse en la expresión que dice “mantener la línea abierta”.
De esa manera la conversación aparece como una primera capa
sobre el lenguaje. Sobre esa primera capa se representarán la diversidad de
actos de lenguaje dirigidos a objetivos específicos, como informar, advertir,
convencer, demostrar, etcétera
Vistas así las cosas, la conversación aparece como el
sistema operativo, el programa, o conjunto de ellos, que gestiona los recursos disponibles:
vocabulario, saberes, experiencia y deseos proporcionando el soporte necesario al pensamiento y a la acción.
También puede ser vista
la conversación como el músculo que impulsa, moviliza,
detiene, sostiene, las acciones del cuerpo.
El desarrollo y fortalecimiento de ese “músculo” requiere que
su cuidado y entrenamiento tenga lugar lo más pronto posible. La escuela
primaria tiene que desarrollar una activa preparación para la conversación,
teniendo en cuenta, como se verá a continuación, en la fuerte relación entre
conversar y aprender.
La mente en modo aprender
Por un lado, hay quienes enfatizan la naturaleza del
conversar y ponen la atención en su desarrollo. Otros mientras tanto ponen el
acento en los resultados que deben obtenerse del desarrollo de las
conversaciones. Especialmente en el plano político.
Es un interesante dilema. Del que se puede salir, como de un
laberinto, por arriba. Pensando así, creo que la cuestión se puede resolver
considerado un enfoque que abarque ambas miradas, considerando no solo el
intercambio entre los interlocutores, sino el tema de la conversación, el
contexto y la situación.
Pero entonces, ¿Dónde queda la originalidad, el valor propio
de la conversación? Una manera de decirlo de forma condensada, se consigue
introduciendo un concepto que expresa, según mi punto de vista, el “espíritu de
la conversación”.
Ese concepto identifica un estado de la mente, que podemos
llamar “modo aprender”. ¿Cuál es el estado de la mente en “modo aprender”? En
ese estado la mente: escucha, pregunta, duda, insiste, propone, ensaya,
verifica, reinicia, espera, recuerda y sobre todo mantiene activo el canal de
comunicación. Todos esos actos se producen atendiendo al contexto y a la
dinámica de las situaciones en las que ocurre la conversación.
Para el conversador, el mayor valor está en mantener activa
la conversación. El confía que mientras los intercambios suceden, seguirá
aprendiendo, el contexto y la situación van cambiando, y por obra del
aprendizaje mutuo y de las condiciones externas, pueden producirse cambios en
la relación establecida sobre los temas motivos de la conversación, en
cualquier dirección, acercando o alejando los pensamientos respectivos de los
protagonistas.
Que, por ejemplo, pueden girar su interés hacia otras
cuestiones, que han ganado su atención
como resultado de la conversación y de las circunstancias (contexto y
situación). Una especie de estrategia indirecta, en el sentido de Liddell,
parece gobernar una conversación. Si no se avanza frontalmente, tal vez un
desvío nos puede llevar a un resultado satisfactorio.
De que vamos a conversar
Argentina conversa se propone por el camino de la
conversación contribuir a la reducción de la grieta que lastima a nuestra
sociedad.
La conversación es una herramienta magnífica, una
disposición del espíritu que acerca, que coloca el interés en el otro, que
busca aprender en el intercambio y de esa manera avanzar hacia niveles de mayor
calidad en la convivencia.
Es muy importante que esa poderosa herramienta, ese músculo,
aplique la fuerza en el punto adecuado. Cabe preguntarse entonces cuál es el
punto adecuado, cuál es la clave de bóveda que sostiene y alimenta el fenómeno
de la grieta. ¿Es sólo una cuestión retórica? ¿Se trata sólo de acrobacias
verbales ejecutadas para vencer al otro?
O se trata, en cambio, de la presencia de un fenómeno
tremendo, muy doloroso, con el cual venimos conviviendo durante décadas, que
lastima físicamente, efectivamente, y que de ninguna manera es sólo retórica, lo
que ha ido profundizando esa ruptura, esa falta de entendimiento, esa violencia
a veces potencial pero frecuentemente efectiva, que hemos dado en llamar
elípticamente la grieta. Como si fuera meramente un accidente geológico, como
si se tratara de un descubrimiento producto del escaneo de la superficie de un
planeta lejano.
Sin embargo, no es así, porque la grieta tiene una clara y
definitiva explicación. Es una palabra que tuvo reconocimiento público como
entidad social después del año 1980. En aquel entonces se hizo la primera
medición sistemática de lo que dio en llamarse necesidades básicas
insatisfechas. El recuento de la población que presentaba esas carencias, dio
por resultado un número que constituyó el tamaño de la pobreza en la Argentina.
Más allá de los procesos estadísticos, empezó a
identificarse un grupo de personas, los “pobres”, que fue aumentando de número
de manera acelerada hasta instalarse en las últimas décadas entre un cuarto y
un tercio de la población argentina.
Durante este período la Argentina tuvo momentos de crisis y
otros de mejoría, pero el balance del deterioro producido en los momentos de
crisis nunca fue totalmente compensado por los momentos de mejoría.
Así Argentina está partida, y no está partida porque siempre
en su historia haya tenido divergencias ideológicas, que pusieron a uno de un
lado y a otro de otro. Está partida por la sencilla y verificable razón de que
algunos tienen demasiado poco. La desigualdad en la distribución de los bienes
del país es vergonzosamente enorme.
Eso hace que entre unos y otros se abra ese abismo que
parece impedir todo contacto, toda comunicación, lleno de un vacío donde de un
lado sobrevive un mundo privado de esperanzas y de ilusiones y en el otro borde
permanecen abrumados por el peso del dolor de esos compatriotas, quienes hacen
lo que pueden individualmente para atenuarlo, cuando están próximos a ellos,
pero careciendo de una reacción colectiva eficaz y decidida para hacerse cargo
como sociedad del tremendo drama cuyas penurias ya cubren a dos o tres
generaciones familiares.
Es necesario tender puentes, y la conversación puede ser el
artífice de esas construcciones, poniendo la atención clara y nítidamente en el
otro, en el que padece aquellas NBI descubiertas con el censo de 1980.
Ese puente deberá tender su arco sostenido por una empatía
profunda y resistente, y la única manera que es posible comenzar a construirlo
es desde los altos valores sociales y espirituales que pueden compartir quienes
no sufren el ahogo de la miseria, la ingrata opresión de la privación más
elemental, la del techo, la del agua, la del pan.
Satisfecho el hambre, el cobijo, el trabajo, la salud y la
educación, el país todo dará un salto de crecimiento y de progreso, porque se
incorporarán al esfuerzo colectivo todos aquellos que hoy triste y
lamentablemente sufren el estigma de parecer, aunque no lo sean, una población
sobrante.
Por esa razón nuestra conversación, si van a suturar
heridas, van a fomentar abrazos, deberán arrimarse al fogón virtual de
corazones fraternales.
¿Qué tema puede involucrarnos a todos? Hay quienes tiene un amplio
conjunto de intereses, que trascienden la sola satisfacción de alguna carencia.
Carencias que se manifiestan a lo largo de un amplio conjunto de motivaciones,
desde las más intolerablemente deficitarias, al decir de Maslow, hasta las más
altas de auto- realización espiritual, estética o de conocimiento.
Pero, en el otro extremo, la lucha cotidiana es por la
subsistencia y las motivaciones quedan oprimidas bajo el techo de las necesidades
básicas insatisfechas, del agobio de sobrevivir y tolerar condiciones inhumanas
para esa vida que apenas sobrevive.
En consecuencia, quien tome la palabra deberá hablar en la
lengua de los desangelados, los privados de la esperanza, nacidos en hogares
con esas penas y cuyos hijos heredan el mismo triste destino.
No es simple ni fácil postergar los aguijoneos de nuestras
propias demandas motivacionales, de la clara percepción sobre la urgencia de
algunas cuestiones, que tienen que ver con los niveles de realización personal,
altos en la pirámide de Maslow, o con procesos cuyo ritmo entendemos que tendrán
efectos nefastos en algún futuro más o menos cercano.
Para el desempleado, que está desempleado hoy, no hay un proceso
que lo despedirá dentro de 5 años. Es hoy.
El que tiene hambre es ahora, en este momento. No cuando el
ciclo económico se vuelva más amigable, pero, tal vez, tampoco lo perdone en su
miseria.
Si con sinceridad queremos hablar con todos, especialmente
tenemos que hablar con nuestros compatriotas que sobrellevan una dura
existencia y no han conocido otra. Esos que ven con dolor que efectivamente la sociedad
los registra. Sí, los registra porque los identifica y los cuenta. Y a partir de ahí mucha gente estudia esos
recuentos. Y hacen tablas, gráficos y mapas.
Pero al barrio solo le llegan voces apagadas, que repiten ¡qué
problema!, cuando no es (en tono más bajo) ¡qué peligro!
Si hay que conversar con alguien es con ese prójimo que no es
“el otro”, somos “nosotros” con nuestras heridas. Esa herida a la que le dimos
el nombre de grieta o fractura social, como si fuera exterior, ajena, cuando en
rigor de verdad, está en cada uno. Porque somos seres sociales, existimos en
sociedad. “Soy hombre y nada de lo humano me es ajeno”, decían los romanos.
La pobreza es de todos. Impacta en los cuerpos de algunos
directamente, pero es un mal de todos que nos desafía a ponerle remedio con
toda nuestra energía, empezando por una conversación nacional reparadora, que
sirva de incubadora de las decisiones y acciones impostergables que se deben
tomar.
Y así, tal vez sea posible que “conversando nos entendamos”,
los habitantes de ambas riberas de la grieta.
Hugo Oscar Ambrosi
Mayo 9 de 2019