Considerar a la estadística como una forma organizada de
exponer nuestro conocimiento y justificar nuestras acciones por medio de los
datos que obtenemos mediante la observación metódica de la realidad.
Reconocer
que siempre los datos serán imperfectos. Que por esa razón no podrán llevarnos
a conclusiones automáticas, sino que siempre estarán exigiendo nuestra
participación activa, desde su diseño y producción hasta las decisiones finales que se basan en ellos.
Comprender
que esa insoslayable intervención personal, hace que todo el proceso
estadístico incorpore una componente moral imprescindible, porque “si los
números no mienten”, como sostiene el dicho popular, ¿quién tiene ese poder?
Admitir que
antes de los temas técnicos, que tienen soluciones técnicas, se levantan
factores críticos, que constituyen el contexto, el trasfondo determinante:
patrocinantes y productores. Ellos son atravesados por la trama de intereses
relacionados con la materia que se está observando. Deben tener fuertes
principios, códigos efectivos que les eviten caer en la tentación de ejercer violencia sobre los
datos.
Entender
que la sociedad de la información, en marcha hacia la sociedad del
conocimiento, no es un modelo para armar, sino un proceso de educación continua
que solamente avanza en la medida en que suma mentes y voluntades, convencidas
de que si no empezamos a manejar criteriosamente los datos en la producción de
argumentos razonables, no podremos escapar de los dogmatismos rígidos e
indiscutibles.
Contribuir
a que el contexto sea día a día más propicio a un estilo de argumentación
fundado en la información.
Aceptar que
el aporte que se nos pide cuando nos convoca alguna encuesta o relevamiento,
debe servir para formar ese capital común de conocimiento que puede darnos una
sociedad mejor. Y no será entonces solo una pérdida de tiempo o un encuentro
evitable, sino un compromiso asumido en plenitud.
Advertir
que más allá de los números en los que se refleja o de los gráficos que la
sintetizan, la estadística es una parte de ese medio extraordinario que
acompaña a la humanidad en su largo viaje: el lenguaje. Y esto se hace evidente
cuando un cuestionario vincula el universo de los interrogantes, con el saber
propio, no revelado, exclusivo, del interrogado.
Permitir
que el azar, generador de incertidumbre, nos ayude a entender mejor las cosas
que pasan bajo sus leyes, que organizan los resultados, de los dados, el
vacilar de los átomos, o nuestra propia herencia genética.
Evitar el
encierro de la visión en túnel, cuando se trata de atribuir causas a los
efectos. Siempre la ventana desde la que miramos el mundo, mira hacia un lado,
nos deja cierto ángulo ciego, es parcial y limitada. Tratemos de salir de ese
cuarto, aunque solamente sea para entrar en otro, más grande. O cambiemos la
orientación de la ventana, para ver otro lado de las cosas.
Dar a los
resultados, la importancia que verdaderamente tienen. No por detalle decimal de
sus cantidades, ni por la críptica complejidad de los cálculos realizados, sino
regidos por el problema al cual se aplican, único capaz de otorgarles el
reconocimiento de su utilidad.
Si estamos
en disposición de ánimo para asumir esos compromisos, somos una fuerza que
desde el lugar de cada uno, puede hacer que las cosas empiecen a cambiar.