¿Quien olvida la seguridad que nos daba marchar tomados con fuerza de la mano de nuestro padre?

¿Quién no ha extrañado alguna vez aquella fuente de certezas que eran las respuestas de mamá?

¿Quien puede ignorar que los liderazgos paternalistas hunden sus raíces en aquel suelo de la infancia?

 

El liderazgo paternalista o carismático de los caudillos nos reduce a un estado de niñez insuperable con la promesa dicha o sugerida de seguridad y protección. Nos propone la conveniencia de una infancia minusválida frente a los riesgos de soltarnos y elegir nuestro propio rumbo y el paso que podemos dar.

Y cuando nos quedamos solos, cuando nos sueltan la mano, duele tanto el abandono, que desesperadamente miramos alrededor, buscando la figura sustituta que nos cobije nuevamente.

Recorriendo nuestra historia aparecen claramente los tutores en los que se ha apoyado nuestra marcha. Siempre una especie de providencialismo aparece en el horizonte, con la oferta de la época para que sigamos resignando nuestra responsabilidad y sometiendo nuestra voluntad a los designios privilegiados del líder de turno.

República y democracia se esfuman, si no participamos con toda la plenitud de nuestra inteligencia y voluntad. El mecanismo que las degrada es el mismo que se manifiesta en la creación de mitos y leyendas. Esos relatos alterados se levantan al nivel de textos sagrados, bajo cuyo imperio se imponen comuniones y martirios.