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23 diciembre 2020

“Nuestra tragedia no es una tragedia”

"La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa"

 Marx

 

 Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el esperpento.
 Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas.

Como si los héroes antiguos se hubiesen deformado en los espejos cóncavos de la calle,
con un transporte grotesco, pero rigurosamente geométrico.

Y estos seres deformados son los héroes llamados a representar una fábula clásica no deformada. Son enanos y patizambos que juegan una tragedia

Max Estella

Una larga sucesión de argentinos preocupados ha buscado desde el principio explicaciones a nuestro devenir decadente.

Con distinto énfasis según su época y sus temperamentos levantaron su voz Sarmiento, Alberdi, Ingenieros, Mallea. Y otros entre ellos y después de ellos.

En todos los casos se encuentra una voz que se levanta para despertar conciencias. Una voz que busca interrumpir la pasiva ensoñación que parece una tentación de la pampa inmensa y lanza un llamado a la construcción de una realidad mejor, poniendo el cuerpo y el alma en la empresa.

Este año se cumplen 100 años de Luces de Bohemia donde Ramón del Valle-Inclán bautizara el estado de cosas que constituyen un esperpento. A mitad de la década siguiente nuestro inolvidable Discepolín puso en música y letra, la pintura más descarnada del triste rumbo que tomaba la sociedad. Cambalache fue el retrato de una sociedad en retirada que veía como todos sus valores se iban deshaciendo y empezaba a emerger una forma disolvente de vida que siguió haciendo su trabajo pese al grito desesperado de algunos, argentinos despiertos al decir de Mallea, que clamaban por detener el derrumbe.

Vivimos revolca'os en un merengue

Y en un mismo lodo

Todos manosea'os

Hoy resulta que es lo mismo

Ser derecho que traidor

Ignorante, sabio, chorro

Generoso o estafador

¡Todo es igual!

¡Nada es mejor!

Lo mismo un burro

Que un gran profesor

 

A comienzos de los 30 la lucidez de Ortega definió con seguros trazos en la Rebelión de las masas el sentido del movimiento que se estaba produciendo, y puso precisamente el dedo en el motor de ese proceso en el mundo, que fue el resignado  abandono por las clases dirigentes de su ejemplaridad obligatoria, que fue reemplazada por la escucha obediente de la cacofonía ruidosa de muchedumbres pretenciosas, a las que sirvieron mediante formas desviadas de una democracia que se convirtió en propietaria, adicta a ahondar las asimetrías entre deberes y derechos, permitiendo que estos solo tuvieran eco y se perdiera el necesario orden social, los inevitables límites entre derechos que colisionan y el vital equilibrio entre los sectores y grupos que dinamizan e impulsan la evolución de la sociedad.

Aquellas obras intentaron abrazar en conjunto a la sociedad, incluyendo en ese abrazo las materialidades en que expresan su potencial y la prosperidad de un país, pero también abarcando las creencias y motivaciones más profundas que le dan sentido al vivir juntos y que constituyen el espíritu de una nación.

A comienzos de los 90, en “Un país al margen de la ley”, Carlos Nino ofrece un reflexivo análisis y propone reformas para ocuparnos del Cambalache en que nos hundimos, por la marcha en reversa que hemos seguido.

En el año 2006, Carlos Waisman describe las consecuencias del miedo a la revolución, en las elites y de un Estado desarraigado, que viró de mandatario a autoritario, que juntos provocan daños estructurales que determinan, como el factores claves, la insólita “inversión del desarrollo” argentino..

El espíritu largamente reconocido que nos dio identidad y carácter como argentinos, antes del derrumbe, estuvo marcado a fuego para toda la historia por la gesta generosa de San Martín repartiendo libertad por medio continente.

Ser argentino era ser alumno de las escuelas de Sarmiento, ese campeón gigantesco de la educación que logró lo que nadie había alcanzado en el mundo, que ser argentino fuera sinónimo de estar educado, en cualquier rincón del territorio en que viviera.

Esa Argentina fue capaz de abrirse al mundo y recibir oleadas de hombres y mujeres que al final resultaron ser más numerosos que los anfitriones que los invitaron y acogieron para hacer juntos un país de un desierto.

La escuela hizo de todos ellos compatriotas y los dotó de esperanza y oportunidades. Era proverbial escuchar hasta bien entrado el siglo XX hablar de la capilaridad social de la Argentina, esa maravillosa propiedad que tienen los líquidos de ascender por estrechos canales.

La educación fue un enorme motor, con la confianza en ella como llave para el progreso en la vida, confianza ilimitada que a veces puso tensiones como en M’hijo el dotor de Florencio Sánchez.

Pero al final del camino le dio a la Argentina una cultura, intelectuales brillantes, científicos ganadores del Nobel, y una cálida admiración por lo que se había logrado en este rincón lejano del sur.

Pero hoy todo eso cambió. Está escrito en Cambalache:

No hay aplazaos (Que va a haber) ni escalafón

Los inmorales nos han iguala'o

Si uno vive en la impostura

Y otro hala en su ambición

Da lo mismo que sea cura

Colchonero, Rey de Bastos

Caradura o polizón

El boletín y el informe escolar de los chicos encerrados de Argentina 2020, también dice que aprendieron, que saben, que tienen Suficiente en todo. Que alcanzaron objetivos y una sarta de patrañas.

Es una cosa extraña el gremialismo docente. Reniega de la herencia, renuncia al Magisterio, denigrando la excelsa dignidad de enseñar, haciendo del privilegio de llevar las jóvenes mentes hacia el futuro, hacia el conocimiento, en vulgar labor de ganapanes, capaces de dejar las escuelas cerradas durante meses, embarcados en aguerridas luchas proletarias. Abandonando las generaciones futuras, que pone la historia en sus manos, prisioneras de la ignorancia, ciegas y desarmadas,    

En medio de nuestras penas, hoy suena quizás exagerado y grandilocuente el Canto a la Argentina que Darío compuso cuando el Centenario. La tercera estrofa proclama:

¡Argentina, región de la aurora! 

 ¡Oh, tierra abierta al sediento

de libertad y de vida,

dinámica y creadora! 

¡Oh barca augusta, de prora

triunfante, de doradas velas!

Que voz tan lejana la del poeta excelso hoy aquí, en medio de la grosería prepotente y de la perversión rampante.

Parecía que el destino de esta patria no tenía techo, en su proverbial generosidad y respeto sintetizado en el lema que hizo ganar al canciller Saavedra Lamas el Nobel de la paz, cuando planteó el principio de que” la fuerza no da derechos”. Tal vez un eco del juicio lapidario a la violencia, que hizo Alberdi en “El crimen de la guerra”

Pero esa parábola mágica que nos proyectaba al futuro como una flecha dirigida al triunfo, se rompió hace 90 años. Cuando algún general y coroneles adictos, se hicieron eco de sectores que mezclaban los privilegios con el oscurantismo, y encabezaron el asalto, decididos a quebrar el molde institucional que nos sostenía, inaugurando una seguidilla de pretensiones alucinantes, que llevaron al país de quimera en quimera a destrozar su cuerpo material y a desanimar la voluntad social que nos auguraba herederos de una historia común, a la sombra de una única bandera.

Cuando observamos los hombres y mujeres que pretenden dirigir este país, esta Argentina nuestra con una historia tan rica, con héroes tan valientes y generosos, es imposible no entristecerse viendo el penoso balance que resulta de la comparación.

Solamente es posible concluir que, superando el texto de Discépolo, hoy el Cambalache llegó al poder, por encima de todo, pretendiendo inclusive cambiar hasta el idioma.

Es lo mismo el que trabaja
noche y día como un buey
que el que vive de los otros
que el que mata que el que cura
o está fuera de la ley

La pregunta que me hago, y que quiero compartir con vos que estás leyendo estas líneas, busca descubrir si tiene remedio este estado de cosas.

¿Tienen reserva los argentinos para salir de esta espiral descendente, y sacar a relucir sus propias vidas individuales y en consecuencia la resultante vital de la sociedad?

¿Quedan todavía convicciones de que lo bueno, la verdad, y la belleza, valen la pena y le dan sentido a la vida y a la muerte?

Si creemos que todavía queda, como sin duda espero que lo haya, una brasa encendida, un rescoldo del fuego sagrado que encendieron los fundadores de la patria, que animaron las guerras de la independencia y que inspiraron a los organizadores de la nación.

Si no nos hemos perdido del todo, si somos capaces de abrazar nuestros hijos y nietos e intentamos llevarlos a un futuro donde puedan ser felices, donde puedan participar como constructores de un país justo y generoso, donde siempre la mirada esté puesta en el horizonte futuro y los pies firmemente apoyados en la tierra del presente.

Si es así, si ese fuego sagrado existe, Argentina puede salvarse. No sin dolor, no sin sacrificio, no sin un esfuerzo sostenido y desinteresado.

Solo abandonando el tono chabacano de la farsa y asumiendo la seriedad dramática de la vida, que la tragedia expresa.

 

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