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20 mayo 2007

El costo de la vida

 

El  costo de la vida

Una de los datos estadísticos que ha tenido  mas resonancia social ha sido el índice que se llamó durante mucho tiempo de “costo de la vida”.  En forma muy abreviada consiste en calcular el costo de una canasta de bienes, que corresponden a los gastos en que  se debe incurrir para conservar la vida.

Un capitulo incuestionable lo constituyen por lo tanto los alimentos. La  ropa y la vivienda tampoco resultan negados en su derecho a ser tenidos en cuenta. Alimento, abrigo y cobijo constituyen indudablemente lo mínimo necesario para preservar la vida, en su sentido más material.

Pero ya el lector debe percibir la enorme dificultad que se plantea cuando se trata establecer el contenido restante de la canasta que sirva para preservar la vida.

¿Qué vida?. La vida biológica, mecánica y material, reflejada en el rítmico latir del corazón, en el bombeo acompasado de los pulmones, que para funcionar necesitan las calorías que el aparato digestivo obtiene de los alimentos, que reiteradamente nos reclama el hambre, en las típicas horas marcadas por las cuatro comidas tradicionales.

Esa vida se conservará mediante un balance entre calorías ingeridas y gastadas, lo que ya ha sido tabulado, de tal forma que los requisitos de un albañil difieren de los de un oficinista, los de un niño de los de su madre, y así siguiendo. Son las diferencias que surgen de las condiciones biológicas, como edad y sexo, y del genero de vida que se lleva.

Por ese motivo en algunas ocasiones, se ha limitado el contenido de la canasta, a las necesidades de algún genero de vida, representado por alguna actividad poco calificada,. Por ejemplo se ha elegido el peón industrial, para determinar la canasta que permita sostener su genero de vida, desde ya fuertemente condicionado por el sistema económico y las pautas sociales,

La idea subyacente es la de mínimo. Y a ese concepto se han adherido las políticas que pretenden asegurar el salario mínimo vital y móvil. Con la valoración de esa canasta se tiene el indicador necesario para ajustar periódicamente el salario al costo de la vida, con el criterio de mínimo vital. Mínimo vital, como para no sentir la culpa de que no se asegura por lo menos la supervivencia física.

¿Se justifica una vida limitada a conservarse mediante la mera reposición del desgaste cotidiano?. Ese balance entre medios y fines, se alcanza mediante la minimización de los fines. Pero ni aún en las circunstancias más horrorosas, en las mazmorras mas infames, en los aberrantes campos donde el totalitarismo masacró a millones de hombres y mujeres, la vida pudo reducirse a ese frío balance material. Comer para vivir no se compadece con el desatino de vivir para comer, donde conviven en sorpresiva compañía  desde el banquete opulento  hasta el mendrugo del prisionero.

Lo que se plantea es un concepto de vida más amplio. Una vida cuyos fines exceden con largueza el mero subsistir. No morir de hambre no es vivir. Es un empobrecimiento, una degradante visión que  ignora los logros maravillosos alcanzados por la vida del hombre, desde el Moisés hasta la teoría de la relatividad, desde la 9ª Sinfonía hasta el viaje a la Luna, desde el Quijote hasta la acupuntura, desde el Guernica hasta el ascenso al Everest. Y el camino de Buda, la presencia de Cristo, el genio de Mozart, el heroísmo de Stephen Biko, las hazañas de Alejandro, y tantas y tan diferentes obras que en otras tantas vidas se desarrollaron.

¿Cuánta obra dormida, cuantos proyectos, cuanto altos fines, esperan una mínima oportunidad de realización?

Seguramente que puede aparecer la respuesta apoyada en el postulado de la escasez que articula todo el saber de la economía: los bienes son escasos para satisfacer los fines, que son abundantes.

Pero entre la escasez indiscutible de los bienes, frente a los fines innumerables se levanta el vergonzoso espacio del reparto inequitativo. La desigualdad opera como una rémora para el avance la sociedad, porque nos priva del aporte que podrían darnos los dones que la vida, que no discrimina ni segrega ni estigmatiza, distribuye como especie a través de todos los sectores sociales. Claro, alguno dirá, pero si el hambre daña el cerebro tempranamente, ¿qué podemos esperar de los pobres?. Irremediablemente dañadas sus neuronas, realmente muy poco.

Pero, ¿porqué permitimos que eso pasara?. No hemos sido inteligentes, ni previsores. Perdemos la fortuna de los dones que la vida pone en nuestro prójimo, por egoísmo. Y lo peor es que sigue pasando, y no reaccionamos de esa apatía moral que nos desangra, divagando siempre detrás de vanas fantasías que van desde la nueva, la libertadora, mejor del mundo, la potencia, el primer mundo, el país en serio, múltiples facetas de un mismo sueño engañoso y negligente, delirio que lastima y defrauda a todos lo que toleran esa quimera alucinante.

 

 

 

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