Se repite hasta el cansancio, en Buenos Aires y en Roma, que
debe castigarse la corrupción. Sin embargo, me parece que se pierde la
perspectiva de los hechos, dentro de un formalismo que, a título de aferrarse a
la legalidad republicana, pasa por alto que se trata de un modus operandi desenfrenado,
que ha atravesado los límites del propio sistema, mediante la práctica
desenfadada de la estafa y el robo sistemáticos.
La corrupción es un proceso secundario que ataca al
principal y lo degrada. En cambio, la estafa y el robo se constituyen en objetivo
propio y fundamental. No son algo accesorio, que se desarrolle parasitando una
función principal, desviándola, sino que la somete y la pone a su servicio, la esclaviza,
obligándola a renunciar a su propio desarrollo para ceder todo al régimen de
expoliación, que es el dominante.
¿Cómo sancionar la desmesura de violencia y latrocinio que
impuso el régimen K?
¿Qué pasa cuando el orden republicano resulta violado más allá
de lo previsto en la tipificación penal?
¿Qué hacer…
…cuando la creatividad del delito se adelanta a la capacidad
de las reglas para desalentarlo y, si se produce, castigarlo?
… cuando el poder del Estado es utilizado no solo para
tiranizar o someter, sino para defraudar y robar?
… cuando se hace de la mentira un dogma?
La organización en banda para la acción ilícita, que
describió tan bien E. de la Boetie en su discurso contra uno, es tan eficiente
que tiene la capacidad de legalizarse, siendo esencialmente ilegitima, mediante
elecciones amañadas y una deriva que la sustenta en modos callejeros de
representación, con que se expresan ruidosas minorías.
¿Pueden los tribunales ordinarios, aplicando las reglas comunes,
dar cuenta de tamaño desenfreno, que se ha cargado jueces y fiscales y ha reclutado
adictos diestra y siniestra?
Sin un compromiso activo y visible de la sociedad,
respaldando los procesos, parece difícil.
El país pudo juzgar y castigar los crímenes terribles
cometidos por la dictadura militar. Ahora debe demostrar la capacidad de juzgar
y sancionar los terribles actos de lesa humanidad cometidos durante el régimen
kirchnerista.
Un régimen que fue un icono de la hipocresía y pretendió que se viera la grandeza y bondad
que construyo con apariencias sobre sí mismo, propagándose como ejemplo y
pretendiendo o pidiendo que se actuara de la misma forma, además de que se
glorificara su accionar, aunque sus fines y logros estuvieron alejados de la
realidad.
Un régimen cuyos medios fueron la mentira, el robo, la
persecución y las consecuencias: una pobreza cínicamente conservada y
aumentada, una población engañada y escarnecida, violentando no solo el sentido
común, sino los propios sentidos y la inteligencia, mediante la negación de la
evidencia, con la profanación de las estadísticas públicas y la persecución de
la prensa.