Una
corriente subterránea fluye a través de nuestra historia. Una extraña y
silenciosa corriente. Que emerge y se oculta, según pasa el tiempo.
Como
una cofradía va pasando de generación a generación el alto compromiso. Muchas
veces inadvertidos, otras veces perseguidos, persisten en su trabajo. ¿Quiénes
son? ¿Que buscan? ¿Cuál es su designio?
Tan
pronto como en los días inaugurales de 1810, los encontramos batallando: Moreno
manda hacer un censo, el 7 de agosto de 1810, cuando tantas eran las otras demandas
que debía enfrentar la Junta.
A
lo largo de los años esa corriente siguió bregando. En 1813 la Asamblea ordena
nuevamente que se haga el Censo. En los reglamentos constitucionales de la
primera década y la Constitución de 1819 reconocían la necesidad del Censo
General para arreglar la representación general.
Se destaca
en ese periodo el verano de 1821/22, cuando Rivadavia toma la posta y plasma un
conjunto de leyes, en cuyos fundamentos encontramos material que hoy sigue
teniendo plena vigencia. La Constitución de 1826 también lo establece y fija
una periodicidad de 8 años para su renovación.
También
Rosas se suma a esa voluntad enumerativa durante su gobierno.
Sin
embargo, ninguna iniciativa dio sus frutos. Así se llega hasta Caseros y el
derrocamiento de Rosas. La Confederación, con capital en Paraná, ordena la
realización de un Censo en 1857, cuyos resultados incompletos prolongan la
serie de expresiones de deseos no cumplidos. En Estados Unidos en 1850 ya se
había cumplido disciplinadamente con la norma constitucional 7 veces.
El
tesonero machacar para tener estadísticas, se corre hacia la educación. Mitre
se hace cargo de la primera cátedra de Estadística, en 1852, y rápidamente
termina con el exilio del profesor. Tal vez fue la primera, pero de ninguna
manera la última vez que se acalla al mensajero.
Habían
pasado 50 años desde mayo de 1810, y el país todavía no había contado su
población, de manera ordenada y completa. En 1857 el Gobierno de Paraná solo se
pudo relevar 8 provincias. En 1860, con esos datos y otra información, Martin
de Moussy hace una estimación y según su cuenta éramos 1.210.000 habitante
A
través de décadas la misma voz clamando una y otra vez, por el imperio del
metro y la balanza. Desde el país profundo, se levanta, aún hoy, el reclamo
para que la argumentación abandone los meandros de la vieja retórica y entre a
pleno en el mundo de los hechos verificables.
¿Y
en la superficie? Allí se exhibe por defecto, el despliegue visual de mensajes
compactos, mientras el discurso verbal y razonable es un campo de lucha, con
“palabras como puños” o insidiosamente pervertidas.
Al
foro concurre una galería diversa en sus orígenes, pero convergente en su
condición de maestros de la dialéctica y acrobáticos polemistas. Su discurso es
un campo de lucha verbal, donde los hechos solo entran por necesidades
decorativas, como partenaires, y bajo su influencia, el razonamiento se vuelve muchas veces sofisticado, arrasado por el
impulso de ganar, de una manera o de otra.
Esa
tendencia, que atravesó el tiempo y llenó el aire de proclamas y grandes
bandos, fue desafiada por la advocación que hizo Ortega cuando nos reclamó:
“¡Argentinos, a las cosas, a las cosas!”
La
experiencia de los últimos 12 años, ha sido la culminación de esa dualidad
esencial que nos atraviesa. Por un lado, el discurso, imaginario y agresivo,
capaz de negar el sol, ¡tapándolo con un dedo! Por el otro, un sistema de
observación y registro, llamado estadísticas públicas, desmantelado y falseado.
Y como resultante, una sociedad dividida, incapaz de resolver la grieta que la
separa, negándose a aceptar la realidad como denominador común y manteniéndose
fiel al ilusionismo verbal.
Tan grande es el desconcierto, que en el frenesí de hacer
como que sí, es decir, de hacer sin creer que debe ser hecho por razones de fondo,
el Censo del año 2010 infringe la Constitución. El Censo de ese año viola los
términos de la Carta Magna, que ordena un plazo no menor a 10 años entre un
censo y otro (Art. 47 de la Constitución Nacional: “…pero
este censo sólo podrá renovarse cada diez años”)
En
consecuencia, no será válido utilizarlo para regular la representación
parlamentaria, porque es inconstitucional.
En esta fecha tan emblemática, hagamos votos para que las
estadísticas públicas dejen de considerarse como la fábrica de ilustraciones
para decorar el relato y se conviertan en brújula que guie el rumbo del
gobierno y de la sociedad.
Para
terminar, parece oportuno agregar lo que decía Ortega a continuación de su
advocación:
“Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de
narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que daría este país el día
que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las
cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de
vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias
espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad
mental secuestradas por los complejos de lo personal".