Aceptando el hecho de que los objetivos deben ir acompañados por los instrumentos para alcanzarlos, queda clara la importancia de reconocer que el diálogo y los acuerdos son la herramienta esencial para gobernar una república democrática.
Y mi humilde observación es que en ese punto precisamente está la dificultad. Una dificultad que proviene de que se ha pervertido el lenguaje, se ha abandonado la práctica del debate honesto y se ha ido cayendo en un clima crispado, donde las diversas ideas y opiniones producen un coro desafinado y altisonante cuya esterilidad es evidente frente a los hechos.
Si buscamos reducir la cadena de diversas circunstancias que han alimentado la decadencia argentina, y queremos expresarla en una sola, primera y fundamental, la incapacidad de conversar tiene muy fuertes razones para aspirar a ese triste podio.
La retórica ha sido la herramienta propia de la democracia desde los griegos. Pero el discurso político siempre estuvo amenazado por vicios y desviaciones, que han sido codificados como falacias, surgidas enññ el fragor del debate, con el propósito de ganar, aun a costa de la verdad, o de la dignidad del interlocutor, o de la misma inteligencia de los problemas.
El antiguo arte de la retórica, se ha enriquecido en tiempos modernos, con el aporte que hace la ciencia, al entendimiento y solución de los problemas.
La ciencia moderna le ofrece una salida a la cuestión inductiva. El problema de la generalización reconoce así, grados y confiabilidad, lo cual enriquece el debate con la introducción de la evidencia. Los datos, resultantes de la observación y medición de los hechos, vinculan estrechamente el pensamiento con la realidad.
Pero nada de eso puede desarrollarse, si el mundo está pervertido por una colonia de sofistas, esgrimistas de ambiciosas estratagemas para ganar. No para acercarse a la verdad, desde el debate, sino para correrla, desviando el tema, introduciendo cuestiones ajenas, atacando al interlocutor y otras muchas formas de esquivar la confrontación de ideas.
Justamente en momentos en que avanzaba en la terminación de este comentario, los más altos mandatarios me ofrecieron sendos ejemplos de lo que no debe hacerse, de lo que no sirve, salvo para propósitos espurios e inconfesables. El presidente calificó como imbéciles a los opositores, acompañado en el vituperio por La Cámpora que sumó el epíteto de “pervertidos”.
Por otro lado, en plena sesión del Senado la presidente del mismo, calificó de “barrabravas” y “maleducados” a los Senadores de la oposición.
De esa manera se crea una realidad alterada, una ficción agresiva dentro de la cual se desarrolla un relato engañoso que, como por arte de magia, alumbra hechos inexistentes y los convierte en creencias de la audiencia subyugada por el embrujo hipnótico de artimañas, bravuconadas, promesas y simulaciones. Dicho en lenguaje llano, “les hacen el bocho”.
Junto con esa transformación, es necesario establecer un sistema de información estadística, que ofrezca una representación, palpable, verificable y compartida, como ingrediente imprescindible de un proceso de argumentación inteligente y ordenado.
Si no empezamos a conversar para entendernos, y para entender mejor la compleja realidad, es difícil imaginar que seamos capaces de diseñar los instrumentos necesarios para alcanzar los objetivos que la recuperación de la Argentina necesita.
Hugo Oscar Ambrosi
Buenos Aires, abril de 2021
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