Hay quienes no ven el quiebre que la sociedad
está dando a la historia. Son los prudentes conservadores, cínicos pesimistas,
pragmáticos desmotivados, tecnócratas desalmados, que solamente ven la pelea
minúscula de los punteros y malandras que pululan y medran en el tejido oscuro
de una política malversada y travestida.
Son los expertos de la política agonal, fogueados en mil
trampas y chicanas, diplomados en enjuagues, arreglos y chantajes Ellos piensan
en la próxima campaña, en los próximos meses difíciles que nos esperan. ¿Por qué no piensan en los
próximos 30 años? En cuál será la preocupación que tendrán los argentinos del
año 2050. ¿Porqué no hacen eso y desde allí vuelven con las claves para lo que
hay que hacer hoy?
Otros nos proponen un proyecto para revertir más de 80 años de
decadencia. Un proyecto, con metas, cuantificado, con etapas. No una épica, no
otro mito grandilocuente y engañoso. Un programa de trabajo, donde todos tengan
su lugar y su tarea para cumplir.
Aquellos pueden llegar tan lejos, son miopes, incapaces de
ver más allá de sus narices. Se guían
por el olfato, sentido con prosapia de ollas y sartenes. Aptas para guisos
varios y tortillas.
Los guarangos descalificadores, piensan que cuanto mayor es
la grosería, más poderosa es su retórica. Pobre dialéctica chabacana, más
prostibularia que callejera, que invade actos y atriles como si fuera un nuevo
florilegio de la barbarie exhibicionista.
Como el tero gritan que la
Constitución está amenazada, cuando es el Código Penal el que persigue su mala conducta.